Lo escuché en la radio a inicios de los 90, cuando mi “Walkman” era mi mejor amigo en aquellos años de secundaria. Radioactivo, WFM y Rock 101, creaban el “soundtrack” de mi vida adolescente, perteneciente a la “Generación X”. Mis estados de ánimo o los momentos del día, definían qué estación escuchar y cuáles rolas también. Mis listas de reproducción musical estaban bien clasificadas y resguardadas en cassettes apilados en una de las paredes de mi cuarto.
Aunque amante de la música en todos sus géneros, en aquellos años en los que ya no era un niño, pero tampoco un adulto, las cosas, las personas, el mundo a mi alrededor, la música… no me satisfacían por completo. Experimentaba con el gangsta rap, el hip hop, el dance, el rock en español, el rock clásico que mis padres escuchaban en la “Voz Universal”. Pero en otras ocasiones prefería sintonizar mi estación de radio favorita, sólo para oír a sus conductores y sus promocionales, más que por deleitarme con alguna rola en particular.
Es 1991, el año de la Guerra del Golfo, de Lupita Jones, la primera mexicana en ganar Miss Universo; del fin del Apartheid y del Bloque socialista. Es el tiempo del Albúm Negro, de Metallica; del Achtung Baby, de U2; de los Use your Ilusion I y II, de Guns & Roses; y del Dangerous, de Michael Jackson. Es la época en que el mainstream de la industria musical ya no satisfacía por completo a sus públicos, a sus audiencias.
Una nueva generación de jóvenes aparecía en aquellos años. Jóvenes que ya no se identificaban con el “glamour” de la década ochentera. Los estilos de vida, las formas de convivencia, las instituciones, las prácticas políticas y las relaciones de poder eran ya otras. Una nueva radio y una nueva música contaban y retrataban mejor que nadie la experiencia de la cotidianidad de la vida, y a través del sonido relataban lo que significaba ser joven.
Yo lo descubrí en la radio porque en aquellos años éste medio de comunicación ejercía una importante influencia en la juventud, tanto en el gusto musical como en el conocimiento de géneros y estilos. Y es que WFM, Rock 101 y Radioactivo, venían marcando una diferencia sobre lo que implicaba ser joven: con canciones, nuevas bandas y presentaciones en vivo que contenían mensajes más cercanos e identificados con quienes los escuchábamos.
Introspectivas, furiosas, íntimas, sucias, melancólicas, así eran las letras y la música rock que sonaban en ese momento. Es 1991, el año del“grunge”; del Nevermind, de Nirvana, disco del que Smells like teen spirit, se convertiría en himno generacional y que yo, escuché en la radio.
Nirvana fue un fenómeno de la cultura de masas, consumido por un gran número de jóvenes, pues exteriorizó con música el contexto y los momentos que se vivían a inicios de los 90; momento que para Eric Hobsbawn, historiador marxista: “Era la historia de un mundo que perdió su rumbo y se deslizó hacia la inestabilidad y la crisis.”
Con letras sobre temas cotidianos, actitud anti-establishment, repudio a un orden social donde unos pocos tienen mucho, y unos muchos carecen de casi todo; Nirvana y el “grunge” eran para la juventud una voz que evidenciaba un mundo de falsedad, carente de oportunidades, sin soluciones. Así, el rock-glam de finales de los 80 y su discurso banal de drogas, sexo y rock and roll, fue sustituido por pelos desaliñados, botas mineras y camisa a cuadros de leñador.
Lamentablemente este discurso también se volvió moda. Fue acogido, manipulado y tergiversado por la industria mediática. Desde los medios de comunicación se estableció un estereotipo juvenil a través de la reproducción del lenguaje, la apariencia física, actitudes y comportamientos emanados del movimiento “grunge”. Una vez más los jóvenes como consumidores potenciales se convirtieron en objeto para la industria del marketing y el entretenimiento.
Imágenes, sonidos, fetiches, sirvieron para banalizar y mercantilizar la cultura alternativa que surgió por aquellos años. Como dijera Teodoro Adorno: “…la industria de la cultura es un agente que se encarga de la gran producción de bienes simbólicos destinados al consumo masivo.”
Precisamente Nirvana y Kurt Cobain, se hartaron de esto; no querían ser los voceros de una generación, pues también ellos seguían experimentando las incertidumbres que todo joven vive. No obstante, la maquinaria era mucho más grande, y muy pronto los exaltó; pero todavía más rápido los desechó.
Depresión, ira, soledad y desencanto fueron sentimientos que consumieron lentamente al líder de Nirvana. Sus episodios de alcoholismo, drogadicción y problemas en pareja, alimentaban los contenidos de revistas, programas de radio y TV, hasta que el 8 de abril de 1994, el cuerpo sin vida del llamado “vocero de la Generación X”, fue encontrado en su casa: Tres días antes Kurt Cobain se había volado la cabeza con una escopeta.
Era 1994, año del levantamiento Zapatista, del asesinato de Colosio, del Tratado de Libre Comercio para América del Norte. Mediáticamente el “grunge” moría y yo me enteraba también a través de la radio. Se le exprimió hasta el hartazgo y hasta que dejó de generar ganancias. Era momento de buscar y encontrar al siguiente o a los siguientes iconos que con un nuevo discurso rápidamente hicieran olvidar al anterior. Nuevas corrientes musicales surgirían, cada vez de manera más efímera. Era momento de asegurar un nuevo futuro económicamente prometedor y renovado.
Pasaron los años y yo seguí escuchando la radio. Continúa acompañándome y creando el soundtrack de mi vida. Ahora ya no existen WFM, Rock 101 ni Radioactivo, y difícilmente encuentro una estación de radio de mi predilección; mis listas de reproducción ahora se encuentran en mi computadora, mi iPod o teléfono móvil, y todavía mis estados de ánimo o los momentos del día me definen qué escuchar.
Hoy, a 25 del lanzamiento de Bleach, el primer álbum de Nirvana, y a 23 de la muerte de Kurt Cobain, aún suenan en los oídos de toda una generación. Y es que aunque pasen los años, todavía… Huele a espíritu adolescente.