por Gerardo Gil Ballesteros

@lamoviola

 

Todos tenemos nuestro “La la land” particular. Una suerte de Waterloo interno pero sin visos de heroísmo ni frases memorables. Me explico: Tendría como ocho o nueve años y estudiaba la primaria en el Simón Bolívar , había una posada navideña o algo así, no recuerdo exactamente, porque el evento era en otras instalaciones de la escuela, concretamente en las del Cristóbal Colón. Muy pocas ilusiones me causaba estar en ese festejo, pero había un hecho atractivo: la rifa de una bicicleta.

De repente, en el patio y en medio del calor escuché que el del micrófono –un adolescente que gozaba de algunos minutos de atención- decía mi nombre al momento de la rifa. Se escuchó a lo alto y ancho de todas las instalaciones. La fortuna, no cabe duda, llega de manera inesperada, aunque moralmente me la debía hace mucho. Y esa sí que era una de mis más firmes convicciones.

Caminé como poseído empujando a la gente que se interponía en mi camino, avente púberes de secundaria que se habían colocado enfrente de la tarima donde se leían los resultados de la rifa. Absorbido de una fuerza superior y una energía interna que me rebasaba, pisé mochilas por la prisa de llegar a mi destino. Y mi nombre se escuchaba una y otra vez “Gerardo Gil, Gerardo Gil, ¿Dónde está Gerardo Gil”? decía la tipludita voz del micrófono. Un adolescente con visos de comedia ligera, cosa que yo ignoraba.

Me abría paso con violencia, porque San Juan Bautista de La Salle había rogado por nosotros (y especialmente por mi) vivía Jesús en nuestros corazones y sobre todo en el mío, por siempre, por siempre. Había, no tenía la menor duda, un destino manifiesto, casi sagrado en ese triunfo.

Era una victoria moral enviado desde los cielos. Si Sergei Eisenstein confesó en sus memorias, que había sido un niño que se comía sus verduras y siempre obedecía a sus mayores, razón por la cual se convirtió en un cineasta maldito, yo seguiría en agradecimiento siempre, por el buen camino.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; Amén, Amén. Y en mi mente las intenciones personales antes de iniciar la clase: que se cure de varicela el hermanito de mi compañero, que se cure que se cure, por la gente pobre y los niños de África, también también y más faltaba. Que mi compañero de banca no se entere del porque su papá le prohíbe a su mamá ir a determinados centros comerciales en horario de clase, mientras él señor se pasea con su amiguita en turno. No hay ninguna necesidad, que no se enteré pues, que caray, aquí le guardamos el secreto.

Casi al llegar a la tarima y después de haber aventado a varias personas que se interponían en mi camino, hecho del que salí impune (hasta ese momento) ya que casi todos eran de secundaria , el del micrófono dijo una vez más mi nombre: “Dónde está Gerardo Gil, dónde está Gerardo Gil, porque ¡No se ganó nada!” Esto último se escuchó en mis oídos en cámara lenta: nooo seee ganooo nadaaa, nadaaa, nadaaa. Y el eco retumbó un par de segundos, que parecían eternos.

La voz de mi Warren Beatty particular y anónimo se quedó en mi cabeza momentos eternos que condimenté con incredulidad hasta escuchar las primeras risas. Nunca le vi la cara al wey del micrófono. Cuando tomé el camino de regreso, a los que había empujado, porque se interponían en mi camino, los volví a aventar, pero me recuerdo furioso y lleno de lágrimas.

Ese día, unas horas después, decidí afrontar mi trauma. Las opciones no eran muchas: convertirme en músico de jazz para desahogar mi melancolía, ir al programa del Dr. Lamoglia – me imaginaba con los audífonos puestos en una cabina de radio contando mi desgracia- o convertirme en crítico de cine.

La opción que tomé es pública y cualquier reclamo de cineastas ofendidos por mí trabajo, es responsabilidad y la debería asumir ese púber de voz afeminada. En este momento del texto, es cuando algún conocido que lo lea (es remota la posibilidad, pero no imposible) seguro se pone la mano en la barbilla y dice: mmmhh, ahora me explico muchas cosas.

Mi Price Waterhouse privado debe ser hoy un políticamente correcto padre de familia, muy de buena conciencia dixit Carlos Fuentes, con algunas pequitas, ciertas arruguitas, dixit Vargas Llosa.

No sé por qué pero una película que definió mi vocación periodística y cinéfila es “Ladrón de bicicletas”. Entiendo perfectamente a los de “La la land”.

Comentarios, felicitaciones, reclamos y propuestas de trabajo o de otra índole a esta columna que merece abundancia @lamoviola